No hay nada para ser creativos como hacer lo mismo de siempre pero de otra forma. En el título deletreo lo que quizá comprendáis mejor como PV, LA y LO, aunque más probable es que os enteréis cuando diga que hemos concluido el curso sobre poesía visual, libros de artista y libros objeto. Así mejor, ¿no?
Ha sido un curso TIC, o sea, de técnicas o mejor tecnologías ancestrales de la información y la comunicación ... pero analógicas y creativas, físicas y químicas, presenciales y directas, con sus tijeritas, pegamentos, imágenes y guitas, recuerdos y proyectos, cristales y tinteros.
Llevamos ya unos años que fortalecemos esta idea de crear y recrear el libro a partir de su existencia como objeto. Y en este caso hemos ido más allá de considerar que el libro es un objeto para considerar que cualquier objeto es un libro si lo piensas librariamente; así la poesía no es poesía porque se escriba, es poesía porque sí y luego se hace imagen, verbo o cubito de hielo. Igual, el libro es un conjunto de hojas, pero lo mismo las hojas se hacen conjunto sin ser libro y las palabras que tenía dentro se quedan fuera, como si fueran libros vacíos. ¡Qué más da! Todo se hace poesía y se hace libro. La Filosofía, la Matemática, y hasta la Literatura que todos creen un rollo, es también quizá un poema.
Comenzamos este raro experimento de buscar palabras y libros donde no las había o no debeía haberlas con Antonio Monterroso, poeta visual y visible, porque basta verlo para conocer su entusiasmo y saber el origen de sus ideas: poetas transparentes, que se diría. Antonio nos llevó por la hisstoria de la poesía visual hasta su uso didáctico; desde su definición lorquiana (si la poesía es colocar cerca conceptos lejanos, la poesía visual es colocar imágenes lejanas que ya no lo serán) hasta sus obras o las del alumnado o la de los proyectos que no puede dejar de pensar, porque en este mundo de Diógenes, lo mismo que cualquier palabra puede ser recogida del basurero de un diccionario olvidado, las cosas inservibles se vuelven ideas brillantes para los poemas visuales.
Y he aquí que vinieron las dos chicas de Papel Glasé a demostrarlo: nos hicieron construir en tarros del supermercado sueños en conserva y encuadernar libros con los botones sobrantes de las gabardinas viejas. Las palabras esas que los vanguardistas cortaban y agitaban en bolsas, se alinean ahora sobre el recorte de una botonadura o se agita dentro de los tesorillos de los tarros de cristal, otrora conservas de verduras y ahora congeladores oníricos o definidores de la esencia de sus autoras.
No hay una forma de libro. El libro no existe. Existe el autor y el librero, pero el libro no. O mejor, sólo existe el libro, lo demás es superfluo. Por eso da igual que no tenga páginas, que sea fuelle o muelle, globo o sonda, plástico o banasta. El libro es simplemente un contenedor y si hay algún contenedor por antonomasia esa es la caja (adorada caja de zapatos, museo de todas las colecciones en cierta época para los que fuimos niños viejos). Así lo dispuso Ana Uclés para que cada cual hiciera su cajalibro, un libro que supera la linealidad del discurso para crucificar el texto y desordenar las ideas, una caja donde pegar las imágenes secretas que digan lo que abiertamente quieran en contra de quienes piensan que las cajas sirven para guardar. Aquí las cajas sirven para mostrar, para desplegar, para despegar y para despejar imágenes y verbos.
Pero por supuesto, en todo final hay que acudir al principio, a los orígenes, al centro de la tierra, que Julio Verne hubiera visto en Peñarroya de haberlo sabido evitando el pequeño defecto de ser francés, perdonable o adorable por demás. Y allí fuimos, a ver el Cerco minero, con todos sus vestigios que ya quisiera Rodrigo Caro para su Itálica famosa. Anduvimos por el crepitar de las arenillas mineras, nos asombramos con las inquietantes estructuras y la altanería de las chimeneas hasta que llegamos al Centro de Poesía Visual de Peñarroya Pueblonuevo, único entre los únicos. Nos enseñaron su fondo y su forma y escuchamos atónitos cuatro palabras: matemáticas, filosofía, literatura y poesiavisual. Todas mezcladas como si fueran una sola. Cada cual con su crisol. Javier Álvarez sacando verbo de donde no lo hay, Antonio Martín filosofando en colores, que dirían otros, y María José Moya, dejándonos a cuadros con la poesía visual. Simplemente: insospechado: profesores que usan la poesía visual para sus clases de matemáticas, de filosofía o de literatura. Mira y calla. Nada más.
Ha sido un curso TIC, o sea, de técnicas o mejor tecnologías ancestrales de la información y la comunicación ... pero analógicas y creativas, físicas y químicas, presenciales y directas, con sus tijeritas, pegamentos, imágenes y guitas, recuerdos y proyectos, cristales y tinteros.
Llevamos ya unos años que fortalecemos esta idea de crear y recrear el libro a partir de su existencia como objeto. Y en este caso hemos ido más allá de considerar que el libro es un objeto para considerar que cualquier objeto es un libro si lo piensas librariamente; así la poesía no es poesía porque se escriba, es poesía porque sí y luego se hace imagen, verbo o cubito de hielo. Igual, el libro es un conjunto de hojas, pero lo mismo las hojas se hacen conjunto sin ser libro y las palabras que tenía dentro se quedan fuera, como si fueran libros vacíos. ¡Qué más da! Todo se hace poesía y se hace libro. La Filosofía, la Matemática, y hasta la Literatura que todos creen un rollo, es también quizá un poema.
Comenzamos este raro experimento de buscar palabras y libros donde no las había o no debeía haberlas con Antonio Monterroso, poeta visual y visible, porque basta verlo para conocer su entusiasmo y saber el origen de sus ideas: poetas transparentes, que se diría. Antonio nos llevó por la hisstoria de la poesía visual hasta su uso didáctico; desde su definición lorquiana (si la poesía es colocar cerca conceptos lejanos, la poesía visual es colocar imágenes lejanas que ya no lo serán) hasta sus obras o las del alumnado o la de los proyectos que no puede dejar de pensar, porque en este mundo de Diógenes, lo mismo que cualquier palabra puede ser recogida del basurero de un diccionario olvidado, las cosas inservibles se vuelven ideas brillantes para los poemas visuales.
Y he aquí que vinieron las dos chicas de Papel Glasé a demostrarlo: nos hicieron construir en tarros del supermercado sueños en conserva y encuadernar libros con los botones sobrantes de las gabardinas viejas. Las palabras esas que los vanguardistas cortaban y agitaban en bolsas, se alinean ahora sobre el recorte de una botonadura o se agita dentro de los tesorillos de los tarros de cristal, otrora conservas de verduras y ahora congeladores oníricos o definidores de la esencia de sus autoras.
No hay una forma de libro. El libro no existe. Existe el autor y el librero, pero el libro no. O mejor, sólo existe el libro, lo demás es superfluo. Por eso da igual que no tenga páginas, que sea fuelle o muelle, globo o sonda, plástico o banasta. El libro es simplemente un contenedor y si hay algún contenedor por antonomasia esa es la caja (adorada caja de zapatos, museo de todas las colecciones en cierta época para los que fuimos niños viejos). Así lo dispuso Ana Uclés para que cada cual hiciera su cajalibro, un libro que supera la linealidad del discurso para crucificar el texto y desordenar las ideas, una caja donde pegar las imágenes secretas que digan lo que abiertamente quieran en contra de quienes piensan que las cajas sirven para guardar. Aquí las cajas sirven para mostrar, para desplegar, para despegar y para despejar imágenes y verbos.
Pero por supuesto, en todo final hay que acudir al principio, a los orígenes, al centro de la tierra, que Julio Verne hubiera visto en Peñarroya de haberlo sabido evitando el pequeño defecto de ser francés, perdonable o adorable por demás. Y allí fuimos, a ver el Cerco minero, con todos sus vestigios que ya quisiera Rodrigo Caro para su Itálica famosa. Anduvimos por el crepitar de las arenillas mineras, nos asombramos con las inquietantes estructuras y la altanería de las chimeneas hasta que llegamos al Centro de Poesía Visual de Peñarroya Pueblonuevo, único entre los únicos. Nos enseñaron su fondo y su forma y escuchamos atónitos cuatro palabras: matemáticas, filosofía, literatura y poesiavisual. Todas mezcladas como si fueran una sola. Cada cual con su crisol. Javier Álvarez sacando verbo de donde no lo hay, Antonio Martín filosofando en colores, que dirían otros, y María José Moya, dejándonos a cuadros con la poesía visual. Simplemente: insospechado: profesores que usan la poesía visual para sus clases de matemáticas, de filosofía o de literatura. Mira y calla. Nada más.
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