Puede ocurrir que en el momento de escribir pase por la cabeza que aquello es irrealizable, pero los deseos de que aquello se haga realidad son tantos que no puede reducirse a eliminarlo. Pasa lo mismo con las órdenes. Cuando ordena cómo se harán las cosas y los procedimientos educativos que se han de realizar, no es que recomiende u ordene que eso se haga así, es que piensa que efectivamente a partir de ese momento todo el mundo operará de esa forma. Por fin se ha dicho cómo debe ser el mundo (educativo; lo demás no corre de mi cuenta). Luego no ocurrirá, pero eso es otra cosa, ese es otro momento, eso no cuenta en Andalucía.
El problema de la ilusión legislativa es doble, primero porque es una ilusión de ilusos (ilusión donde las haya y solo ilusión) y segundo porque es legislativa, es decir, concibe la educación como un ordenamiento que debe acatarse y eso debe ser así porque sólo hay una forma de encararla. Ser bueno consiste en decir sé bueno o cómo se dice que sean buenos. Ser igualitario es escribir cómo se escriben las leyes para que las mujeres y los hombres se comporten igualitariamente. Las palabras son tan "ilusionantes" que a veces dejan menos dudas que los actos, en contra de toda evidencia. Una palabra bien dicha no puede ser malinterpretada; un acto, sí.
Normalmente esta legislación no cuenta con todas las garantías y tampoco le importa porque su tendencia dictatotrial viene avalada por la altura de miras que la hace una orden superior imposible de mejorar. Es como el derecho al trabajo o la vivienda en la constitución, los derechos humanos en general o los del niño o la prohibición de dar siquiera un cachete a tu hijo. Sólo legislar eso ya les hace sentirse en tal estado de santidad que la ilusión legislativa ciega cualquier atisbo de realidad.
No podemos cambiar la realidad: cambiemos solo las leyes. No podemos cambiar la educación, cambiemos por lo menos las programaciones. No podemos cambiar la escuela, cambiemos por lo menos los blogs de aula. No podemos alterar el sistema, alteremos al menos los nervios, elevemos la tensión arterial...
Es la ilusión de las maquetas, de la cobertura de chocolate, del autoengaño. Cuando toque evaluar, habrá siempre calidad: que era un desideratum que algún día se alcanzaría, que era algo que los demás no han cumplido pero sí poco a poco, que es lo que nos da dignidad, que se ha avanzado mucho ya aunque no se haya conseguido todo...
No podemos cambiar la realidad: cambiemos solo las leyes. No podemos cambiar la educación, cambiemos por lo menos las programaciones. No podemos cambiar la escuela, cambiemos por lo menos los blogs de aula. No podemos alterar el sistema, alteremos al menos los nervios, elevemos la tensión arterial...La mayor ilusión legislativa entre todas tal vez sea la de elevar la edad de escolarización obligatoria hasta los 16 años si se compara con el abandono y la falta de posibilidades de muchos de los estudiantes desde ese momento lo mismo que antes.
La ilusión legislativa es común a muchas formas de vida humana: la vida política, la vida empresarial, la vida educativa... Sin embargo, en la vida educativa es una perversión malsana porque no sólo sirve de ilusión creando espejismos de lo que no ocurrirá sino que crea velos y tinieblas sobre lo que realmente ocurre para que no sea apreciado. Este engaño es fácil de mantener: para triunfar en los logros de la escolarización basta con apelar al número de matrículas, basta con devaluar las matrículas hasta ofrecerlas en saldos de forma que lleguen a todo el mundo. Así conseguiremos la educación universal. Y los indicadores evaluadores de los neoliberales darán la razón a los datos de la política de izquierdas radical cuando se quiera. Es esa la perversión de la ilusión legislativa: poder regañar a los evaluadores de ranquin y después ofrecer cifras de los avances nominales de gente apuntada que no estudia. El imaginario se vuelve educación imaginaria por la cual el dato es tanto más valioso cuanto más me imagine mis imágenes y la imagen es tanto más real cuanto más se asemeje a mi careta aunque la foto sea de un mono.
Sé que es contradictorio lo que digo, pero es que sin ilusión no se puede educar, maldita sea.
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