El Señor de las moscas, de William Golding, es un clásico de la Literatura juvenil y podemos decir esto porque responde además a una de las consignas que en Literatura juvenil suelen seguirse: ser una literatura de formación. En ese sentido, el libro cumple más que de sobra el objetivo de contribuir con sus páginas a la formación del joven sin necesidad de caer en la moralina ni en la ramplonería.
Unos chicos sufren un accidente que les deja aislados en una isla sin adultos. La convivencia de grupos y personas dispares y la alarma de la situación hacen que pronto se organicen socialmente con asambleas y reparto de misiones. Sin embargo, poco a poco, la situación se va subvertiendo de manera que los chavales acaban llegando al salvajismo en una especie de vuelta natural a lo peor del primitivismo.
Su lectura, además de la intriga novelesca, no deja de despertar pensamientos sobre el alma humana. Precisamente las personas más sensatas y adultas, son aquellas que acaban siendo más detestadas por los compañeros, como Piggy, el gordito gafotas del que se burlan y que simboliza el sentido común.
La obra escrita con un estilo muy descriptivo poco brillante, nos va llevando de una novela de aventuras a una novela de desgracias en la que la promesa de diversión primera se torna con maestría en terror final.
No cabe duda de que por estos planteamientos su lectura es muy aconsejable en la clase de Filosofía o Ética, porque ayuda a pensar sobre la condición humana a partir de una aventura juvenil.
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