Versos al nunca jamás es un libro de poesía, sí, pero de LIJ. No se trata de un libro de poemas en el que se antologan los versos más sencillos de uno o varios autores, sino que son versos escritos desde el principio con intención de dirigirse a preadolescentes.
Este empeño ya es de agradecer, porque aunque no sea el único, la verdad es que frente al boom de la novela juvenil no hemos encontrado nunca nada parecido en la poesía.
El problema es sin embargo el siguiente: ¿qué sería una poesía juvenil? En la prosa la cosa está más clara: la literatura juvenil se caracteriza frecuentemente por una lecturabilidad adaptada y unos protagonistas homólogos, es decir, jóvenes, junto a una reproducción de mundos juveniles. ¿Pero y en la poesía?
Enrique Pérez Díaz, autor de Versos al nunca jamás, escoge los cuentos infantiles, los de toda la vida, los tradicionales (verbigracia, la bella durmiente), para reflexionar sobre la vida, de forma que enfrenta a los preadolescentes a una cierta vejez anticipada cuando plantea el libro repetidamente la infancia perdida o por perder. Es una manera de verlo: hagamos que los adolescentes se conviertan en lectores reflexivos de poesía, reflexionando sobre su propio pasado. No es de extrañar que al final del libro encontremos poemas como Identidad, o que el epílogo se subtitule Adiós, infancia.
Es, por tanto, este libro una oportunidad para hacer madurar a la persona y al incipiente lector de poesía. Mi única duda es si se trata de un libro cuyo sabor, profundidad y calado puede disfrutarse a solas -completamente a solas- como ocurre con las novelas juveniles, o estaría necesitado de una ayuda del profesorado para poder llegar al fondo de las cuestiones, o por lo menos, pasar de la primera capa que cubre a veces esta poesía juvenil con demasiadas asonancias.
La edición incluye ilustraciones de Alejandro Magallanes nada preciosistas que van en la misma línea de la reflexión sobre contornos difusos, temblorosos y rellenos imperfectos en un contraste fortísimo de amarillo y negro.
Bienvenidos libros como estos.
Y ahora un grito inevitable:
¡Malditos poetas, escribid libros para los jóvenes!
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