Las pruebas del Kindle DX -el grande de los Kindle- parecen demostrar que el alummado sigue prefiriendo los libros en papel. Efectivamente, el lanzamiento de este modelo de gran pantalla pretendía expandirse en dos mercados de lectura: la prensa y los libros de texto (universitarios). A tal efecto, se comenzaron pruebas con el alumnado de Princeton, de cuyos resultados negativos se hacen eco Engadget en español y Soybits. Las críticas se dirigen especialmente a la lentitud y a la falta de funciones comunes en la lectura de estudio, como el subrayado o las anotaciones. Ya opiné yo en aquel momento que para la enseñanza era imprescindible una suerte de tablet para que empecemos a encontrar una interfaz capaz de competir con el papel. Por supuesto que una de las cosas más simples que se echan de menos es sencillamente hojear con la rapidez y eficacia con que se hace en el papel, pudiendo pasar de un lado a otro e incluso observar simultáneamente ciertos fragmentos sin necesidad de complejas selecciones. Todos sabemos lo complicado que se vuelve a veces buscar algo digitalmente con las dichosas cajas de búsqueda tras las que se esconden complejos algoritmos y lo fácil que es rebuscar entre papeles por el contrario. No vamos a negar las ventajas que suponen los buscadores, pero de ahí a confiar plenamente en ellos, aún queda mucha distancia.
Recuerdo un estudio noruego que afirmaba la superioridad de la comprensión lectora en papel sobre los soportes electrónicos particularmente por la percepción háptica. Quien crea que la lectura es exclusivamente un producto de la percepción visual está equivocado. En la lectura intervienen todos los sentidos y todos ellos colaboran en la comprensión. Ese "meterse en el libro" de que se habla a veces podría ser una metáfora realmente no ya del desarrollo verosímil de la imaginación del lector, sino de una comprensión, que como su nombre indica, es una "com-prehensión" de un objeto total.
Precisamente, una de las críticas al plan de gratuidad (del uso) de los libros de texto en Andalucía era que se impedía el subrayado y el anotado, actividades imprescindibles en la comprensión de la lectura de estudio. Algo que ocurrirá naturalmente en la escuela TIC 2.0, de la que esperamos que aporte un empujón tecnológico que hace falta, pero en la que no podemos confiar para desarrollar totalmente la competencia lectora y escritora. Los nuevos medios aportarán beneficios indudables, pero el papel todavía tiene mucho que decir.
Así que no sabemos si esa universidad catalana que ha apostado por los libros electrónicos o aquella institución educativa norteamericana que ha eliminado de su biblioteca todos los libros en papel han hecho bien o probablemente se han precipitado.
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