martes, 12 de marzo de 2019

Consumismo pedagógico III: acumuladores de recursos o el Diógenes escolar

Ya abordé el consumismo pedagógico a propósito de la formación basura, la didáctica ficción y la pasarela didáctica, y aunque prometí hablar de evaluación a continuación, creo que mejor nos decidimos por el Diógenes escolar: acumular recursos sin sentido crítico o sin uso y abandonarlos rápidamente en el cajón digital de sastre.
Como explicaba en un post anterior, ahora que han conseguido vendernos las PDI y el 1x1 nos damos cuenta de que sólo hemos acumulado recursos materiales, pero la educación sigue igual, sigue en el mismo sitio. Ya no tenemos tantos libros de texto tal vez; sí más pdf, algún vídeo y ciertos podcasts. No tenemos tantos libros o artículos, fotocopias en realidad, sino miles de enlaces dispersos en correos, redes y mensajería sobre trucos, recetas, plantilas, generadores y canvas para dar clase.
Lo peor es que este consumismo pedagógico radica en la obsesión por los recursos materiales e instrumentales y se basa en una formación de usuario, no de creador ni de docente.Y si es para crear, pasa por un hype cycle como cualquier tecnología. A un periodo de entusiasmo que acaba en euforia sin demostración, sucumbe un periodo de decadencia que va dejando si acaso las cosas en su sitio, no por nada, sino porque ha comenzado un nuevo hype cycle de otra app, de otro recursos y no queda "sitio" en nuestra mente ni en nuestro tiempo, no porque los usuarios hayan comprobado realmente que tampoco era para tanto lo que prometía en sus inicios.
Como el síndrome de Diógenes, el de Diógenes escolar es un síndrome que ataca a la soledad, justo el problema del profesorado español, que intenta llenar con esa cantidad de recursos la soledad de su docencia. Y el caso es que se trata de un síndrome contagioso: de profesor a profesor van cundiendo los recursos como una red conectada de corazones solitarios.
Las personas que lo sufren, los profesionales que lo padecemos, lo niegan sistemáticamente y hasta los especialistas dudan de si se trata de una alteración patológica realmente o de un estilo de vida como otro cualquiera siempre que esté en los límites. Unos son aficionados a recoger setas, ¿por qué no recursos para la clase? Es como el problema de los medicamentos: ¿hasta dónde es dependencia y hasta dónde salud?¿desde cuándo es necesidad y desde cuándo banalidad? Podríamos estar haciéndonos resistentes a base del abuso, como el abuso de los antibióticos puede provocar resistencias, bacterias superresistentes. Uno pretende protegerse reduciendo su consumo pero resulta que en lo que comemos también va el exceso de antibóticos. ¿Podría ese exceso de materiales que está en el ambiente ser también una forma de que el aprendizaje se haga resistente, que no se pueda aprender por abuso de recursos? Alumnado superresistente al aprendizaje.
Todos podemos acabar enfermos o pensar que estamos bordeando lo enfermizo. Estando de rebusca en una tienda de viejo, tenía yo verdadera dificultad por acceder a las revistas y libros que quería hojear: tal era la acumulación amontonada del comerciante. Debió verme quejoso o tal vez se lo reproché, el caso es que él mismo me confesó que se creía enfermo. No sabía parar de comprar y llenaba la tienda hasta tal punto que ya era imposible acceder a muchos productos. Hasta quien vive de ello, se cree con un pie en lo patológico. No creo que en educación ocurra igual; más bien los excesos se toman por riqueza aunque la riqueza de recursos en educación pueda ser compatible con una gran pobreza en la enseñanza.
Todo probablemente porque los procesos mecánicos en masa y en cadena son mas fáciles de realizar que los procesos humanos formativos. Cuando se critica el abuso en psiofármacos se dice que la psicoterapia es mejor pero también es cierto que es mucho más caro y más dificil encontar un buen psioterapeuta que un medicamento eficaz. Al final vence la idea de que una pastilla lo cura todo: no le des más vueltas. Empiezas tomando algo para el dolor y al final acabas consumiendo varias al día de las muchas más que tienes acumuladas. Cierto que algunos creen que la enfermedad pasa por su periodo álgido pero acaba en ciertas personas dormitando en una fase de infección no contagiosa. El primer perido anterior a la inmersión en redes, el profesorado se informa de lo que buenamente va cayendo en sus manos, pero en cuanto se contagia fuertemente entra en su fase más enfermiza de tal forma que no puede dejar de conectarse sin la dolorosa sensación de estar perdiéndose mágicos instrumentos que fluyen entre post y mensajerías. Estar al tanto de todo crea la ansiedad equivalente a la provocada por creer que uno se está perdiendo la última novedad imprescindible como no se conecte. La paradoja de la pérdida de tiempo: crees que te pierdes estar en tu tiempo y para ello pierdes tu tiempo. Este puede ser un síntoma: cuando el estar a tiempo te hace perder el tiempo.
Los recursos son también más visibles y motivadores ahora que triunfa la interactividad. Tienen unas respuestas limitadas frente a la conversación humana (de ilimitadas posibilidades). Es el triunfo de la cantidad sobre la calidad, de la infoxicación, del mal olor pedagógico.
El espacio es limitado y cuando los recursos lo ocupan todo, no hay lugar para nada más, ni siquiera para pensar. En las formaciones, los profesionales quieren herramientas, recursos, recetas, organizadores gráficos, plantillas pautadas. Y odian la duda, lo impredecible, lo posible y muchos más lo probable. Todo lo demás es teoría y sirve para tirar de tópicos sobre aquellos que piensan sobre la educación sin dar clase: ¡qué sabrán ellos! El olimpo de las diosas es el de los recursos (donde cualquier cosa bien presentada es ambrosía). Esos sí, cuantos más mejor. Da igual que no estén evaluados (perdón, que no iba a hablar de evaluación), el caso es que cumplan los requisitos: inmediatez, diversión, rapidez y simplicidad.
Pero, ¿quién está sano? ¿eres tú el enfermo? Tal vez debamos darle tiempo al tiempo.

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