Sí, ya sé que el título es oportunista, pero así reza. Decía mi librero del pueblo que yo pedía los libros antes de que salieran y en verdad los pedía incluso antes de saber que los había pedido yo. Algo así me pasó con "El arte de leer en tiempos de crisis" de Michele Petit, que no encontré ni en la Fnac de por ahí y que vino después de pedirlo en una librería de Córdoba cuando enfrascado en otros libros, olvidé que lo había pedido.
Tengo por norma recomendar todo lo que publica Petit. Ya comenté en NOSOLOLIBROS su mejor obra, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, y justifiqué por qué hay que leerla: no es ni profesora ni bibliotecaria.
Este último libro suyo en español no habla de la crisis que cararean los periódicos y las estadísticas recientes, sino de esa crisis que se agarra al corazón y que a algunas personas las lleva atenazadas desde que nacieron, mientras a otras las asalta en cualquier descuido. Se trata más bien de leer en la crisis de los tiempos. No se preocupa por si el mercado oscila o no en tiempos de crisis, sino por el hecho de que al sentirnos en estado crítico, la lectura, los libros, puedan o no restablecer y restañar nuestra alma.
Petit repasa multitud de ejemplos de personas, de organizaciones, clubes y asociaciones, la mayoría de Iberoamérica, que encuentran en la lectura una forma de aliviar su dolor o al menos de comprenderlo.
La autora me ha llevado suavemente hasta considerables conclusiones:
Primera: que los libros sanadores no son esos ramplones de autoayuda, sino libros que presentan las historias que nos invaden con cierta distancia. En ese sentido, es importantísima la simbolización, la metáfora. Quienes se identifican con el libro no son los que han padecido exactamente la historia, sino quienes encuentran un paralelismo entre la historia que leen y la historia de su vida. Ahí está la razón de que a unos campesinos colombianos les parezca que la Iliada cuenta algo sobre sus vidas, porque encuentran que lo mismo les pasa a ellos, hay unos dioses que deciden por encima de todos arbitrariamente la vida y la muerte.
Segunda: que los libros que seleccionan los mediadores, algunos de ellos en contextos de marginación severa, no son precisamente basura literaria, sino que persiguen una calidad literaria notable. El efecto de esta selección de calidad no es una dificultad de acceso de las personas de poca cultura, sino a veces, todo lo contrario, una sensación de que se confía en ellos para transmitir cosas valiosas. Los lectores a los que se transmiten libros de buena calidad se sienten bien tratados y comprometidos con la lectura.
Tercera: que el mismo poder sanador, de reconstrucción que tiene la lectura, de biblioterapia, también lo tiene mucho la escritura, y ¡ojo!: el dibujo. La copia y la recreación de textos, el cómic, las ilustraciones sirven como una especie de reparación visual de la descomposición que la crisis opera en nuestra propia imagen. La ilustración -y digo bien, ilustración; no dibujo o fotografía sencillamente, sino imagen con texto- es un fenómeno espiritual de nuestra mente que procura reconstruir las partes maltrechas de nuestras emociones y pensamientos, o tal vez, por qué no, las partes desconocidas o poco conocidas de nuestros paisajes ocultos.
Cuarta y final: los libros son hospitalarios. Este adjetivo probablemente sin saberlo, une los hospitales con la hospitalidad. Los libros pueden servir de sanatorio acogedor, de regazo sanitario para esos tiempos de crisis de los corazones.
Estas conclusiones, como las del otro libro suyo que he citado, nos recuerdan cuán equivocados podemos estar al seleccionar las lecturas que creemos que atraerán a los niños o a los jóvenes que se resisten. Mandamos lecturas como quien receta libros. Por eso no es raro que en lectura, erremos en el tratamiento.
Yo ando con la programación del club de lectura de adultos para 2010 y es un quebradero de cabeza, o mejor un mar de dudas, porque en la duda siempre hay algo positivo. Llevamos unos 25 libros y hemos aprovechado para organizar una miniencuesta (que está por terminar y analizar), pero en cuanto a sensaciones, me ha sorprendido en este tiempo que hay mucho terreno a explorar por "arriba", por los campos de la literatura de calidad, y con eso quiero decir la que pide al lector que se ponga las pilas, no la que entrega el material regurgitado y predigerido. (Para situarme: no hablo de Joyce, sino de La ciudad de los prodigios; y en cuanto a ese club en concreto, se hace en un pueblo de unos 2000 habitantes, de una zona de sierra más bien aislada, donde los participantes no tienen en general formación universitaria, ni literaria; hay alguna funcionaria y una estudiante, pero predominan la gente del campo y las "amas de casa".) Mi resumen personal, aparte de cualquier teoría ni voluntad, es que la calidad es lo que más atrae a la lectura. Eso no quita que haya que acertar más o menos con los límites del grupo de lectores, claro, proponiendo en cierto sentido una escalera en la que se vea el descansillo como algo asequible; con esfuerzo, pero alcanzable.
ResponderEliminarMe llevaré la nota al blog de Mariela Ferrada (Animación a la lectura).